La pandemia de COVID-19 hizo estragos en casi todas las áreas de la vida social y económica en el país. La educación no se libró de los efectos secundarios, pues grandes problemas de desigualdad educativa se pusieron de manifiesto debido a la transición abrupta del sistema tradicional al remoto, el cual gira en torno al uso de nuevas soluciones tecnológicas e implica el uso de dispositivos digitales como computadoras, laptops, smartphones o tabletas, que son difíciles de adquirir por personas de escasos recursos.
Sin embargo, también es cierto que la pandemia trajo consigo un cambio positivo relacionado con el aumento de la apreciación del papel que juega la escuela en la formación de los individuos.
Al mismo tiempo que los padres comenzaron a asumir los procesos educativos de sus hijos debido al cierre de las escuelas, se fueron percatando del trabajo que realizan los docentes, de sus habilidades y de su preocupación por el bienestar de sus alumnos.
Por lo anterior, las vulnerabilidades y asimetrías educativas y el cambio paradigmático que supone la movilización de la tecnología desde la periferia hacia el centro de los procesos educativos son, probablemente, los temas de mayor trascendencia y, por ende, los que definirán el rumbo que tomará la educación una vez que la pandemia haya sido superada.
Es difícil imaginar otro momento en la historia en el que el papel que la educación desempeña en el desarrollo económico, social y político se entienda mejor que ahora, por lo anterior es de suma importancia reflexionar sobre qué ruta seguirá una vez que la crisis global vaya cediendo paso otra vez a las clases presenciales.
Desigualdad educativa
En 2020 se hicieron manifiestas las dimensiones de la brecha social y digital de los mexicanos y se pudo constatar cómo los estudiantes y sus familias tuvieron que asumir una parte importante de los costos educativos como la adquisición de dispositivos, el pago de servicios de conectividad y de materiales, entre otros.
A nivel mundial los datos no mejoran. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), incluso antes de la pandemia de COVID-19, mil 500 millones de estudiantes no asistían a clases presenciales, además existe un consenso global de que que los sistemas educativos de diversas regiones no brindaban educación de calidad para garantizar que todos tengan las habilidades necesarias para prosperar.
Los niños más pobres del mundo son los más afectados y un análisis prepandémico realizado por The Education Comission estima que el 90 por ciento de los niños de países pobres no pueden terminar la secundaria. Los porcentajes para los menores de naciones en desarrollo y de altos ingresos que solo estudian la primaria son del 50 y 30 por ciento, respectivamente.
Las cifras fueron investigadas por el Banco Mundial, organismo que indicó que existía una ‘crisis de aprendizaje’ en su Informe sobre el desarrollo mundial 2018. Por lo anterior, la comunidad mundial se movilizó para buscar más fondos para apoyar los sistemas educativos en todo el mundo.
En el mismo orden de ideas, el informe de The Education Comission publicado en 2016 advirtió que la tecnología estaba cambiando la naturaleza del trabajo y que las crecientes brechas sociales frenarían el crecimiento económico en los países de ingresos bajos y medianos, por lo que sugirió aumentar la inversión en educación en estos países.
En contraste, los estudiantes de países ricos se han visto beneficiados por la pandemia, pues disfrutan de sus clases en línea con docentes particulares, en grupos reducidos y con dispositivos tecnológicos actualizados.
No obstante, muchos padres han hecho todo lo posible por pagar educación de calidad, lo que explica la explosión multimillonaria del mercado de las tutorías durante la última década.
La desigualdad fue fácil de detectar durante la pandemia, pues para abril de 2020 solo el 25 por ciento de los países pobres ofrecieron clases remotas y la mayoría utilizó para este fin tecnologías como la televisión y la radio. Los países ricos, por su parte, se quedaron a solo diez puntos porcentuales de mudar por completo su sistema educativo a la enseñanza en línea.
Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, durante el cierre de escuelas por la crisis sanitaria, uno de cada diez de los niños más pobres de la economía más grande del mundo tenía poco o ningún acceso a la tecnología para aprender. Asimismo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) estima que 463 millones de niños, al menos un tercio del total mundial, la mayoría de los cuales se encuentra en países en desarrollo, no tuvieron la oportunidad de aprender a distancia por radio, televisión o internet.
Sin embargo, el reporte de la Unicef no tomó en consideración el uso creativo de mensajes de texto, llamadas telefónicas y aprendizaje electrónico offline que muchos docentes están poniendo en práctica en comunidades rurales y de escasos recursos. De hecho, estas prácticas innovadoras sugieren que los cierres de escuelas por la pandemia están preparando el escenario para dar un salto paradigmático en la educación.
Innovación tecnológica como solución a la desigualdad
La aceleración de la desigualdad educativa que los expertos observaron durante la crisis de salud global requiere nuevos acercamientos. Un reporte de Brookings Institution sugiere la implementación de algunas estrategias para superar esta problemática y cuyo objetivo se centra en convertir a los niños en aprendices activos, que adquieran las habilidades y competencias necesarias para evitar su estancamiento.
“Proponemos una serie de innovaciones con el potencial de ayudar a dar un salto en la educación, a saber: enfoques pedagógicos innovadores junto con la instrucción directa para ayudar a los jóvenes no solo a recordar y comprender, sino también a analizar y crear; nuevas formas de reconocer el aprendizaje junto con las medidas y vías tradicionales; cubrir una diversidad de personas y lugares junto a profesores profesionales para ayudar a apoyar el aprendizaje en la escuela; uso inteligente de tecnología y datos que permita una adaptación en tiempo real y cuya tarea no sea solamente el reemplazo de los enfoques tradicionales”.
Mientras que en el mundo prepandemico estas innovaciones se encontraban al margen de los procesos educativos, ahora estamos en un contexto totalmente diferente. La pandemia de COVID-19 ha llevado la innovación educativa al corazón de casi todos los sistemas educativos del mundo.
Con base en una encuesta reciente de educadores y administradores de educación en 59 países, los profesores Fernando Reimers y Andreas Schleicher señalan:
“La crisis ha revelado el enorme potencial de innovación que está latente en muchos sistemas educativos”.
Por lo anterior, la pregunta ya no es cómo movilizar las innovaciones desde el margen hasta el centro de los sistemas educativos, sino cómo transformarlos para que obtengan, apoyen y sostengan aquellas innovaciones que abordan la desigualdad y brindan a todos los jóvenes las habilidades para construir un futuro mejor para ellos y sus comunidades.
Una revolución como esta podría reducir la brecha educativa que ahora se observa; es decir, podría ayudar a millones de estudiantes a ponerse al corriente a través del aprendizaje en línea.
¿Qué estrategias se proponen?
- Poner a la escuela pública en el centro de los sistemas educativos dado su papel esencial en la igualdad de oportunidades en todas las dimensiones de la sociedad
- Centrar el aprendizaje en nuevos enfoques pedagógicos que ofrezcan mejores resultados; es decir, en la forma en que los educadores se relacionan con los estudiantes y los materiales de instrucción, incluida la tecnología educativa
- Implementar nuevas soluciones tecnológicas para potenciar las escuelas a largo plazo de una manera que satisfaga las necesidades de enseñanza-aprendizaje; de lo contrario, la tecnología correrá el riesgo de convertirse en una distracción costosa
- Participación de los padres: forje relaciones más sólidas y de mayor confianza entre padres y maestros